
Hace como unos siete meses lo tenía todo claro, estaba todo decidido. Empaqueté mis cosas y las fui enviando poco a poco al lugar dónde me iba a establecer. No me fui entonces con aquel equipaje porque aún trabajaba aquí y tenía que terminar ese compromiso laboral, no soy de las que dejan las cosas a medias. Estaba ilusionada por comenzar una nueva etapa, parecida o distinta a la que tuve en Belfast, pero tocaba volver a reinventarme, conocer gente diversa y averiguar qué cosas nuevas soy o no capaz de hacer. Estaba todo bien planeado, o eso parecía. Tenía el proyecto 99% asegurado de un trabajo, compañera de piso, piso a medio buscar y ganas, muchas ganas metidas en las maletas. Media casa la mandé para el norte. Ahora, me veo sin trabajo aquí ni allí, con un armario casi sin ropa de invierno y mis cosas por recoger. Supongo que debo tomármelo con filosofía, como el resto de eventos que ocurren en mi vida y sacar lo positivo de la experiencia. Cuando surgió la idea quizás estaba demasiado ansiosa por escapar de una situación que ahora se ha disipado y no pensé en que algo podría salir mal. Lo que tengo en este momento son unas maletas vacías, sí, pero que puedo ir llenando de nuevos proyectos y otras ilusiones. De momento, lo que toca es prepararse (otra vez) para las oposiciones sin preocuparme por el curro, pues tengo un dinerillo ahorrado que iba a ser destinado a los gastos de los primeros meses en ese lugar al que ya sólo iré de vacaciones, después de haber ido a recoger mis pertenencias, claro. Las cosas han salido así y no hay que darles más vueltas.