viernes, 11 de septiembre de 2009

El día que no conocí a Jeff Bridges



Me habían invitado a pasar unos días en San Sebastián. Nunca había estado allí, pero no era eso lo que más ilusión me hacía. Mi visita coincidiría con el Festival de Donostia y además el homenajeado en esa edición sería uno de mis actores favoritos, Jeff Bridges.

Recuerdo el viaje como uno de los peores de mi vida. Habiéndose inventado medios de transporte tan cómodos y rápidos como el avión, ¿qué hacía yo viajando desde Cádiz hasta allí en tren? No podía elegir. Era un regalo con todos los gastos pagados. Tuvimos que parar en Atocha (Madrid) para cambiar de tren. Si el Andalucía Express ya dejaba mucho que desear, el Talgo me desesperó. Parecía uno de esos que tuvo que coger el afamado Willy Fog para hacer su archiconocida vuelta al mundo en dos meses y medio. Había salido de casa muy temprano y llegué al norte casi a medianoche. Fue una jornada agotadora, tanto que yo no advertí a poder hacerle caso a los consejos que me dieron por el camino. Me quedaría esos días en casa de un familiar de mis acompañantes y ellos me sugirieron que ya que me quedaba en su casa, le diera la razón en todo momento, la tuviera o no, porque andaba algo sensible últimamente y que le contrariaran le podría poner algo nerviosa. Pensé que me tomaban el pelo; creí que estaban exagerando y que esa persona y su carácter no serían para tanto.

En los días siguientes, visité el lugar y los alrededores, paseando por la playa de la Concha, haciéndome fotos frente a las esculturas de Eduardo Chillida, pudiendo entrar en el restaurante del mismísimo Karlos Arguiñano en su pueblo natal, Zaraut y caminando por las pintorescas calles de Saint Jean-de-Luz en el país vasco francés. Una de las tardes, la tarde famosa, decidimos quedarnos de compras por la cuidad. De tienda en tienda todo parecía ir normal, pero uno de mis dos acompañantes y su hermana, nuestra anfitriona, se retiraron la palabra sin motivo aparente. Como iba a ser imposible conseguir algún pase para la ceremonia de la entrega del premio a Jeff, propuse, para crear “paz” en el ambiente, que intentásemos conseguir entradas para la proyección de la película del homenajeado, que por aquel entonces era la de The Door in the Floor [Tod Williams, 2004] (que no sé bien por qué en español hicieron la extraña traducción de Una mujer difícil para el título). Recorrimos taquillas y cines, no conté cuántos, pero fueron muchos y no hubo manera, todo estaba agotado.


Llegamos a la casa, tocaba cenar. Mi amiga, aún enfadada, no quiso salir de la habitación y su hermana nos preguntó al otro acompañante y a mí si sabíamos los motivos de su enfado. Al principio, yo intenté mantenerme al margen, aún sabiendo perfectamente la causa del disgusto, pero opté por callarme la boca y no meterme en medio de ambas hermanas y sus asuntos. Fui a la habitación a ver si mi amiga se encontraba bien. Me contó los detalles que yo me había perdido, razonó sus argumentos para estar tan enfadada y, mientras tanto, se me fue el santo al cielo con la charla. Cuando me quise dar cuenta, los demás ya habían empezado a cenar y no habían contado conmigo. Fui a lavarme las manos y pregunté si hacía falta algo de la cocina. Me senté a la mesa, en el mismo lugar dónde lo había estado haciendo desde mi llegada y en cada una de las comidas anteriores. Pedí la ensaladera para servirme un poco de ensalada en mi plato. El silencio cortaba el ambiente en la mesa. La anfitriona rompió el mutismo del personal. Se dirigió directamente a mí y me preguntó: _ ¿Está bien mi hermana? No tiene por qué enfadarse, está equivocada, ¿yo tengo la razón en este asunto, verdad?_ Podría haberme callado, podría haberle seguido la corriente, podría… Pero los que me conocen, saben que yo puedo ser muchas cosas, pero injusta nunca y no hubiera sido justo que le hubiera dado la razón a quién no la tenía. De repente, esta chica entró en cólera. Se puso como loca (literalmente). Me quitó el plato que tenía delante y lo estampó contra la pared. Yo alucinando, le pregunté que a qué venía el numerito del plato volante y ella, furiosa y con los ojos envenenados de rabia me gritó diciéndome que en su casa no se le podía llevar la contraria. No quise escucharla por más tiempo y como vi que el resto de comensales no estaba por la labor de prestarme su ayuda en ese sinsentido, me fui para el dormitorio que me habían asignado el día de llegada de mi visita y comencé a hacer mi maleta. La trastornada llegó gritando hasta el quicio de la puerta y me volvió a dirigir la palabra para preguntarme qué estaba haciendo. Era evidente, guardaba mis cosas para largarme de ese manicomio. Mi amiga, que se había quedado dormida, se despertó con los gritos de su enajenada hermana y vino a ver qué ocurría. Los otros le explicaron que yo “había cometido el error de no darle la razón a la anfitriona” y ella, que entró en la habitación me pidió que me tranquilizara y que hablara las cosas. Le dije que no tenía nada de qué hablar, que ya había visto bastante y que no tenía motivos para quedarme allí por más tiempo. Su hermana, que nos escuchaba desde la puerta mientras observaba que yo seguía haciendo mi maleta, cerró ésta de un golpe seco y echó un pestillo que había por fuera (sí, la cerradura de esa puerta estaba por el lado exterior, no sé). Intenté abrir la puerta desde dentro, pero fue imposible. Golpes, patadas, puñetazos y de fondo una desquiciada riéndose y diciendo que yo no saldría de allí hasta que a ella le diera la gana. Pensé por un momento que estaba de coña y mi amiga, que se había quedado encerrada en la habitación conmigo, me dijo que si la hermana no abría alguno de los otros dos lo haría. Pasaron veinte minutos y allí no vino nadie. Se me ocurrió llamar a la Ertzaintza para decirles: _ Hola, buenas noches. ¿Hablo con la policía? Vengan a este domicilio, por favor, que me han secuestrado_. Sonaba a absurda comedia americana para las tardes de domingo, ni la policía me iba a tomar en serio. Esperé, me desesperé y a eso de las seis y media de la mañana escuché como descorrían el pestillo desde el otro lado. Era el novio de la loca, me dio los buenos días y me pidió disculpas por la escena del día anterior. Le pedí que se apartara y me dejara sacar la maleta. Me rogó que no me fuera y me siguió hasta el ascensor. Mi amiga, que durante las horas que habíamos estado retenidas también había decidido marcharse, estaba detrás de él con su maleta y lo poco que le había dado tiempo de guardar en ella mientras su cuñado trataba de convencerme. La hermana se levantó y de nuevo se puso a gritar. La pesadilla no había terminado. Al ver que no le prestábamos atención, se fue corriendo para el interior de la casa, en dirección a la ventana y gritando que saltaría por allí. Todos fuimos corriendo tras ella y la vimos en el salón, justo delante de la claridad que entraba por los cristales. Que se tiraba, era lo único que decía ahora; volvía a amenazar y yo, cabreada con todo y con todos fui a la ventana, la abrí y le invité a tirarse de verdad. Los asistentes alucinaron con mi reacción. ¡Pero si yo era la persona más lógica y cuerda que estaba en esa habitación, por favor! No quisiera pecar de frívola, pero el suicida con verdaderas intenciones de acabar con todo no lo dice, no amenaza, no lo advierte; lo lleva a cabo y punto. Sabía perfectamente que no se iba a arrojar al vacío desde aquel quinto piso. No podía pasar más tiempo en esa casa de locos. Me fui. Llegué a la calle, respiré hondo y mientras me alejaba del portal escuché la voz de la loca que le pedía a su hermana que volviera. No quise mirar atrás, sólo tenía ganas de llegar a la estación, comprar el billete del primer tren que me llevara de vuelta a casa, y es que, ¡cuánta razón tenía Dorothy!... En casa se está como en ningún sitio.






11 comentarios:

Byron y Xinver dijo...

Ay menudo viajecito... Alguna vez nos ha pasado algo raro a todos, pero esto es como de película de terror. Yo por eso viajo con mis nenillos, jeje. Nooo, también me gusta la gente. Besos.

José Luis López Recio dijo...

¡Vaya regalo!
Imagino que a partir de entonces te pensarás más el meterte en la casa de una desconocida.
En lo de saltar tenías razón, quien quiere hacerlo lo hace sin más, no necesita bomberos a su alrededor.
Respecto a los dos que se quedaron fuera de la habitación/celda, ¡vaya par de mierdas!
Un abrazo

ulises dijo...

Vaya película de terror. Menos mal que disfrutaste del paseo po Zarautz y San Juan de Luz.

Quirón dijo...

Que pasada!!!

Anda que si se tira, y te entra la risa :)

p. Yulep Rikschîjin *live* dijo...

me gusta tu blog, es muy variado y entretenido :)

encantado, bss!

Fermín Gámez dijo...

Ser anfitrión no da derecho a tener siempre la razón. Pero qué palo cuando a uno le ponen en el brete de decir la verdad.

El chico de ayer dijo...

¿En serio que eso te pasó de verdad? No sé, yo en tu lugar no hubiera desistido hasta echar la puerta abajo. Menuda historia la que nos has contado.

Deprisa dijo...

Madre mía que show...

Y suerte que al final no llamaste a la policía sino hubiera sido monumental la que se pillaría la chica.

El problema que tiene es que todos la daban siempre la razón y nunca la contradecían, al final se acostumbra y no supera su "trauma".

A veces, aunque nos duela, hay que quitar la razón al que no la lleva.

Un saludo.

Anónimo dijo...

pues yo creo que ella tenia la razon

Petardy dijo...

Byron & Xinver: en mi vida nada es normal, tengo mil y una historias de estas para no dormir. Las contaré a su debido tiempo.

joselop44: sí, ahora hasta los regalos hay que examinarlos antes de aceptarlos que nunca se sabe...

ulises: algo bueno debía tener el paseo. Quitando lo del día surrealista, todo lo demás son buenos recuerdos.

Quirón: no se iba a tirar, estaba clarísimo que lo único que quería era llamar la atención de los allí presentes. Esa, es "perra ladradora, poco mordedora".

Yulep: igualmente. Todo un honor tenerte paseando por este trocito de ciberuniverso.

Fermín: pues sí, no mola nada eso de que te pongan entre la espada y la pared para decidir quién tiene que llevar la razón.

El chico de ayer: totalmente verídica. Ahora la recuerdo y hasta puedo reírme por aquella experiencia; no todos los días la secuestran a una.

Deprisa: esa chica tenía muchos problemas. Ya no sé que fue de ella, pero espero que no trate a todos sus invitados de igual manera.

Anónimo: crees mal. No llevaba ni pizca de razón. Además de consentida, era ególatra y mal educada y como nadie me podía obligar a hacer lo que yo no quería por eso me largué de esa casa.

Espero que tengáis una gran semana!

Mary Lovecraft dijo...

Chica! pero de verdad tuve que leerlo todo 2 veces para discernir si era ficción o fue realidad

me quedé alucinada O__O

la de gente rara que hay suelta por el mundo jolines, y mira, que las haya pero que no anden rallando a la más feliz...

un beso niña, vvya experiencia!