Yo no sé si también os pasa a vosotros. De vez en cuándo me planteaba situaciones límites para imaginar de qué manera las solucionaría o me formulaba a mí misma un cuestionario de preguntas con respuestas difíciles. Después de la fase por la que acabo de pasar ya no lo voy a hacer nunca más, pues ya no me divierte y he dejado de pensar que era un juego de niños. No quiero seguir desglosando unos futuros próximos o lejanos para actuar de tal o cuál manera; lo que llegue será estudiado y valorado cuando sea la hora. De momento con este escueto prefacio no entendéis nada de lo que os digo, dejad que os cuente desde el principio.
Nunca he sido una persona a la que le guste dejar todo para última hora, aunque debo reconocer que en cuestión de médicos rompo mi propia norma, cuánto más tarde los visite mejor. Aprovechando esta época de parón laboral y sin excusa válida, finalmente cogí la cita para el especialista y acudí a mi citación el día y la hora previstos. Todo marchaba bien, nada me podía hacer imaginar lo que ocurriría una vez cruzara la puerta entre la consulta y la sala de espera. Tras _el siéntese, el ¿ha venido usted para algo parecido con anterioridad? y el no son nesarias más pruebas_, llegó el momento del diagnóstico.
Vuelvo ahora al tema introductorio, ya que en ese mismo instante se me vino a la cabeza una de esas situaciones en las que me traslado a otro plano para visualizar momentos hipotéticos; en esta ocasión recordé el del día en el que algún médico me daría una valoración negativa de mi estado de salud y de inmediato fantaseaba con mi reacción. Nada se parecía a la ficción inventada; en ella lo encajaba mejor, era más fuerte. 40 minutos antes era una persona sana y transcurrido este tiempo me convertí en alguien con un carcinoma que había que operar prioritariamente; no entendía nada. Eso es algo por lo que no me gusta visitar a los médicos, el lenguaje que emplean con los pacientes; incluso en mi estado de shock hubiera sido más fácil procesar antes el mensaje si me hubiera dicho algo como _tienes un tumor maligno, operable y lo haremos en la mayor brevedad posible_; seguía sin querer entender nada. La primera persona con la que hablé fue mi hermana y a ella le conté la gran mentira (piadosa); nada entendible en mí que odio las mentiras. Le comenté lo que hacía en la consulta, le detallé la conversación con el médico y al final añadí que el cáncer no era de los malos, para tranquilizarla ¿a ella? Quizás le mentí por estar aún bajo los efectos de la conmoción de la noticia; lo entendía, pero no quería creerlo. De camino a casa, pensé en las muchas maneras de decírselo a la familia; despistada me tropecé con una señora mayor y me comenzó a dar vueltas en la cabeza otra de las lindezas que el médico soltó en voz alta sin recordar que yo estaba en la sala con él _es curioso, pero este tipo de tumor suelen tenerlos personas de 60 años en adelante_ perfecto, y para salirme de nuevo de la norma, voy y lo desarrollo yo con la mitad (+ 4) de esa edad.
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Desde el día D que supe de ello hasta el día de la operación transcurrieron 3 largos, larguísmos meses en los que sacaba fuerzas de la flaqueza y era yo la que animaba a mi gente, _no os preocupéis, que una vez operado el tumor desaparece y ya no hay que obsesionarse más, sólo habrá que tener más cuidado y llevar otros hábitos de vida_ al menos, eso sí que era verdad. Mi pobre padre, una hora antes de entrar en quirófano me dijo, desde su ignorancia [consecuencia de no hablarle sobre la gravedad del asunto], _hija, son ganas de someterte a una operación por un tumorcito que no es más grande que la cabeza de una cerilla, podrías vivir con eso sin necesidad de acercarte a un bisturí_ entonces le tuve que mostrar la documentación que me dieron meses atrás. La leyó con atención y tras fijarme en su cara pálida del miedo, entendí que me daba su apoyo. Esa mañana y aquella tarde las pasé bajo los efectos de una anestesia que me mantenían flotando en una nube del olvido; al día siguiente lo recordé todo. No podía esperar a tomar el analgésico cada 6 horas, lo necesitaba antes, el dolor era inaguantable. Día tras día el dolor remitía y la retirada del vendaje fue un alivio y una revelación, pues no se me olvidará la cara mezcla de asombro y pena que vi en mi madre, no hacía falta que yo me mirara la herida para saber que no pintaba bien. Llegaron las curas, los picores y la 1ª visita al especialista. Ese fue, sin duda, un gran día; _no hay signos de malignidad, la extirpación se ha realizado con un 100% de éxito_, no salté porque estaba tumbada en una camilla. Lo próximo será la revisión de los 6 meses para cerciorarnos de la total desaparición de las células afectadas.
Hoy tengo una cicatriz que me recuerda el calvario reciente que el destino me tenía preparado, pero vuelvo a ser una persona sana y eso importa más que nada. Los primeros días post-operación mi autoestima se vio mermada con tanto hilo y tanto punto, sin embargo, la recuperé en seguida al recordar que a las personas que yo quiero de verdad nunca las he querido por como lucen, sino por como son por dentro, así que si el cariño y el amor son justos, ellos me querrán a mí por mi forma de ser y no por haberme convertido en la chica que tiene una huella en la piel que habita.
Espero que este post pueda servir de ayuda para todo aquel que haya pasado por algo parecido, pues es sólo cuando el lastre de una enfermedad como el cáncer te toca de tan de cerca que eres consciente de lo pernicioso de esta dolencia. El mío era pequeño y me lo diagnosticaron a tiempo, he tenido hasta suerte; aunque los que son más graves si se combaten y se tiene una actitud positiva se vencen, no lo olvidéis.