viernes, 15 de marzo de 2013

Don José



Hace unos meses me contaron una historia que no había escuchado antes y que desde entonces tengo ganas de difundir.

Cádiz, rincón único al sur de un país llamado España. A principios de la década de los 70 del siglo pasado, el elegante Don José tomaba a diario su vinito en el bar 'El gallo' (dónde hoy en día está situado el tan famoso para los gaditanos 'Bar Stop'); allí charlaba del tiempo con los conocidos y de la familia, fútbol, toros y caza con los amigos. Repetía su rutina todos los días después del trabajo que realizaba para mantener a sus 11 hijos y en el lugar era querido y respetado por todos. Por su agrado y desparpajo, Don José atrajo la atención de dos muchachitos que aunque no eran de allí también tenían un maravilloso acento andaluz. Los chiquillos frecuentaban el lugar al menos una vez al mes, con más frecuencia si podían escaparse de la Facultad de Derecho y la Escuela de Peritos del campus universitario de Sevilla. Los jóvenes hicieron buenas migas con aquel señor tan carismático y en pocos encuentros ya le contaban sus inquietudes y planes de futuro. Por ser una persona más experimentada, de Don José no esperaban más que consejos y recibieron mucho más que eso.

El "pollo" que más hablaba le comentó un día que querían meterse en política porque estaban viendo que al caudillo no le quedaba mucho de mandato y que después de su muerte alguien tendría que hacerse cargo del país. A Don José le sorprendió las epopéyicas intenciones de los dos imberbes, pero como amigo en el que se había convertido no sólo apoyó la descabellada idea sino que les ayudó de una forma en la que sólo él sabía hacer: no les quitó a los chicos la idea de liderar un partido que llevara las riendas de un país en el aún estaba prohibido hablar de libertades y además se dirigió al cabecilla del asunto y le dijo _ "Sé que vas a llegar a ser presidente del gobierno, pero para ello no puedes ir con pintas de estudiante hippie; toma 100 duros, vete y cómprate una chaqueta buena. El hombre que quiere ser respetado y escuchado siempre va bien vestido"_. A las pocas semanas, los amigos sevillanos de Don José aparecieron de nuevo por el bar. El famoso parlanchín se acercó a Don José para estrecharle la mano y él, en seguida, se dio cuenta del cambio de estilo en la ropa de su joven camarada. Se había comprado una chaqueta de pana verde. Después de unas carcajadas de aprobación y orgullo, Don José se quitó el clavel rojo que llevaba en la solapa, la colocó en la del muchacho y le dedicó unas palabras de admiración: _"Ahora sí que te puedo llamar 'señor Presidente'; lo vas a conseguir, estoy convencido"_. 

Don José estaba en lo cierto. Los dos chicos no eran otros que unos jovénes Felipe González y Alfonso Guerra, futuros presidente y vicepresidente de un gobierno socialista en el que permanecerían 14 años (desde 1982 hasta 1996). Felipe llevó su chaqueta de la suerte en todos y cada uno de sus mítines, y aquella flor, símbolo de la amistad y el cariño de Don José, la tomó prestada para el icono de su partido. Aquel 28 de octubre en el que por votación salieron elegidos por mayoría absoluta no olvidaron hacer una llamada a su queridísimo 'aliado' y unas semanas más tarde estarían juntos brindando por el triunfo en ese establecimiento del barrio gaditano de Levón.

Si me contaron esta historia tan curiosa es porque yo también tuve la gran, no mejor dicho, grandísma suerte de conocer a Don José; para mí también fue alguien muy especial. Claro que, yo no le llamaba así, acostumbraba a dirigirme a él como abuelo Pepe.

Se te sigue echando de menos, abuelito.