Visitando aquella casa antigua, con cuadros de Murillo, vine a caer justo en el lado de las virtudes del fresco del techo, pero ahora que hago cuentas, me parece que no soy tan virtuosa: es lo que tiene ser imperfecta...
- Envidio a esos que tienen la saca llena y no han movido un dedo para conseguirlo; seré de las que se crean que hay crisis mundial cuando los ricos se tiren por las ventanas como en el ’29.
- Remolonear en la cama hasta las tantas es lo mejor que se ha inventado para los holgazanes como yo. Soy más perezosa que un oso hibernando. Si me dan opción a elegir entre salir de casa o quedarme de “tranqui” en el sofalito, no hace falta ser adivino para averiguar que voy a escoger.
- Me indigna y me llenan de ira todas las injusticias que nos rodean. Es por eso que me enfado con facilidad y me entran ganas de tomarme la justicia por mi mano. No hay derecho que sean los inocentes los que todo lo paguen.
- No os equivocaréis lo que admitáis que tengo soberbia. Me puede el orgullo cuando me hieren, no doy mi brazo a torcer ni aunque me estén matando.
- Hay quienes me llaman “tía Gilita” y es que movida por un impulso interno no hago más que ir guardando y coleccionando bienes. Mi casa entera es el reino de los CDs, los DVDs, libros, ropa… Menos dinero, se puede encontrar allí de todo.
- Me siento incapaz de resistirme a un morenazo que me mire con unos ojos verdes. No me puedo controlar si veo unos pectorales duros como una piedra, y se desata la lujuria con unos brazos fuertes que sean capaces de levantarme sin esfuerzo.
- Moderada en mis comidas, si hay tarta de chocolate o de queso a mi alrededor me vuelvo glotona al instante. Puedo comer más raciones de las que más necesito por el simple hecho de llevarme esas exquisiteces al paladar.
Tengo que estar condenada al peor de los eternos infiernos, porque todos estos pecados en lugar de arrepentimiento me producen placer y satisfacción. No tengo remedio.