No, no soy la señora DeWinter y tampoco regresaba a Manderley. Dónde yo estaba el mar permanecía tranquilo, y su suave choque con la costa me regalaba armonía para mis oídos y calma para mi alma. Me invadía una extraña sensación de felicidad, estando allí pensaba que ya todo lo había vivido, que ya no me hacía falta ni nada ni nadie más. La belleza de todo cuánto me rodeaba sólo se podía explicar a través de la leyenda...
Sentada en las rocas hexagonales, la brisa me contaba la historia de los gigantes: Fionn MacCumhaill, el irlandés, y Benandonner, el escocés, enemigos declarados, se lanzaban piedras cada uno desde su orilla. Cierto día, el escocés decidió terminar con aquellos enfrentamientos de una vez por todas, atravesando el mar por la calzada que ambos habían creado. La esposa del gigante irlandés, Oonagh, que vio desde la distancia como el escocés superaba en grandiosidad y fuerza a su marido, urdió un plan desesperado. Disfrazó a Fionn de bebé para que Benandonner no lo encontrara. Cuando el escocés llegó, buscó y sólo halló una madre y un bebé de dimensiones descomunales, entonces comenzó su huida despavorida hacia Escocia, pues la visión de un bebé tan grande le hizo creer que su padre sería monstruoso. En la carrera por llegar a casa, sus pisadas fueron tan profundas que la parte de la calzada que estaba en mitad del mar se hundió, dejando para siempre separadas las costas de Irlanda y de Escocia.
La leyenda convertida en realidad a través de la tradición oral, que abuelos le cuentan a nietos y lugareños nos cuentan a los extranjeros. Eso fui yo la primera vez, una extranjera en tierra desconocida, pero las posteriores visitas me convirtieron en parte de ese mágico y enigmático lugar. Algún día, volveré de nuevo...
Fotografía: Giants' Causeway (County Antrim, Northern Ireland)