sábado, 11 de febrero de 2012

Recuerdo añejo














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Por la fecha en la que me tocó nacer fui una niña de los '80 y una adolescente de los '90 para convertirme en una adulta en el nuevo milenio. Haciendo cuentas ya he vivido tres décadas en las que he podido ir coleccionando recuerdos buenos y no tan buenos (todo sea dicho) que me han convertido en la persona que soy. De entre el primer grupo des mémoires, hay un recuerdo estrechamente vinculado a un objeto, que en un principio nada tenía que ver con el mundo infantil pero que para mí y mis primos significó más de la mitad de nuestra infancia.



Lo que para mi abuela era esencial para ayudarle mantener impecable su colada, para nosotros era uno de los siete mares dónde el barco pirata de los 'famobil' [esos que llegarían a ser los 'playmobil'] podía surcar a sus anchas y tener siempre la mejor de las aventuras en busca del tesoro escondido. En las tardecitas de verano, el agua templada por un sol de justicia durante el día se convertía en bañera improvisada para unos críos que usaban las regaderas playeras como alcachofas de ducha. Recuerdo que el baño de la casa de mi abuela estaba justo al lado del lavadero y tras acabar la jornada con el aseo de diario mi madre nos metía a mi hermana y a mí en una de esas enormes vasijas vacías para secarnos, ponernos los pijamas calentitos y hasta el otro día.

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Los más jóvenes puede que ni hayáis conocido lo que era un lebrillo, y es que esta época de comodidades y tecnología punta, nos desvincula mucho [cada vez más] de las tradiciones y las costumbres de nuestros ancestros. Los que habéis soplado alrededor de 30 velas (o más) sí que sabéis de lo que estoy hablando. En la actualidad estos lebrillos no son más que piezas de coleccionistas que se pagan muy por debajo del valor que puedan llegar a tener. Normalmente eran construidos de barro mate o barnizados como los de mi abuela y hasta los había que servían de lienzos surrealistas de pinceles imaginativos; aunque también eran muy prácticos los de metal, como aquel que vi, hace años, en una barbacoa del Carranza [celebrada la misma noche de la final del trofeo futbolístico de la cuidad en la que nací, que recibe el nombre del estadio de fútbol y éste a su vez de un antiguo alcalde] que fue utilizado para mezclar la sangría de frutas.



El caso es que estuvieran hechos del material que fuese oportuno y sirvieran bien para lavar la ropa, darle baños de bicarbonato a los pies cansados o ser vehículos para dar rienda suelta a la imaginación de unos niños, quería ofrecerle su merecido homenaje a los lebrillos del mundo que sigan resistiendo el paso de los años. Ahora es tu turno, para contarme qué o quiénes dejaron una huella en tu pasado de la misma manera que los lebrillos de la abuela marcaron la niñez de la niña que fui.




4 comentarios:

ulises dijo...

A mí lo que me dejó huella en mi infancia fue la calefacción de leña del colegio. En las traseras del edificio había montañas de troncos con los que hacíamos buenas construcciones habitables que no resultaban tal. Ahora tengo una cicatriz de 8 cm en la cabeza que me lo recuerda.

Juan dijo...

Yo que soy un poco mas mayor eso no lo recuerdo pero si que viviamos en una gran casa de alquiler muy barato donde habia un lavadero comun y habia muchas pilas para poder lavar la ropa, yo siempre lo recuerdo porque cuando jugabamos a la pelota se nos perdia por alli y nos costaba encontrarla. Un besazo.

Anónimo dijo...

A mi solo me dejan huella las mozas
guapas del cada día que vivimos, lo demás son vagos recuerdos del algún día.

Un abrazo

Dalo dijo...

Algo que siempre recordaré es el caldo de pascua de mi abuela materna. Ella siempre lo prepara en semana santa. Saludos.