Otros mundos, millones de estrellas, un universo infinito. ¿Le garantizan a una atea el privilegio de una siguiente vida? No lo sé, cuando me vaya, si puedo volver lo contaré. De momento, me conformaré con imaginar que podría o no hacer en esa supuesta existencia:
- Me gustaría poder leer música. Admiro a todo aquel/lla que tiene el don de creearla y reproducirla. En esta vida me ha tocado deleitarme cuando la escucho y cantarla sólo en la ducha.
- En este mundo en el que me ha tocado vivir los trabajos dan asco. ¿¡Qué el trabajo dignifica!? Pues, a mi generación le ha costado conseguir todo lo que tiene; así que para la siguiente reencarnación quisiera tener un curro que recompense mejor el esfuerzo y el empeño que en él pongo.
- Justicia y ser más justa, darle a cada uno/a lo que se merece. Soy demasiado buena, tanto que peco de tonta y me fío de cualquiera; claro, después nadie me libra de decepciones, pues... Señora prudencia, váyase usted a tomar viento fresco.
- Fama, dinero o reconocimiento, nada de eso me haría falta, pues mi libertad y mi anomimato no tienen precio ni en esta vida ni en mil más.
- Español como lengua materna, inglés y francés aprendidos, italiano y alemán entendidos (así, así). Para un planeta tan variado me parecen pocas lenguas, debería cultivarme más si tuviera la oportunidad e intentar dominar otras lenguas europeas, dialectos africanos y hasta señales aborígenes y así comunicarme con cada habitante en cada rincón.
- Imprescindible tener amor en el más allá, la misma clase de amor que he conseguido encontrar en mi existencia actual. Una persona que te comprenda, te complete y te respete es el mejor regalo de la galaxia. En ese sentido, soy de las más afortunadas de esta constelación.
¿Sabéis qué? No merece la pena pensar en lo que podría ser. Mejor intentar hacerlo ahora, en la vida que conocemos. Dejemos los sueños para Calderón, y hagamos nuestros deseos realidad.
Se os quiere, siempre.
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