lunes, 16 de febrero de 2009

Muñeca rota


Erase una vez una niña que nació con problemas mentales, los mismos que no le permitieron ser una persona normal nunca, esos que la convertían en rara o centro de burla de opiniones ajenas a su mundo.

En el barrio la llamaban "Marujita, la Loca" y recuerdo que a mi hermana y a mí no nos importaba compartir juegos con ella, pero el resto de los niños se apartaban o desaparecían de la plaza. Un día que estrenaba yo bicicleta (aquella orbea amarilla), Maru me pidió que le dejara dar una vuelta. Sin objeciones me bajé y dejé que se montara, pero la pobre no sabía montar en bici y se cayó al suelo. Al principio no supe bien que estaba pasando, porque es de naturaleza humana reírse si alguien sufre una caída, parece que no lo podamos evitar. Sin embargo, tras la caída de Maru, vinieron los comentarios jocosos: "¡La Loca no lleva bragas!" Me apresuré a levantarla con la ayuda de mi hermana. Ambas la consolamos y la acompañamos a casa, tratándole de explicar, a alguien que no atendía a razones, que la ropa interior se debía llevar puesta antes de salir a la calle. Un par de días después, o al día siguiente, no lo recuerdo muy bien, presencié una imagen que no olvidaré nunca, y que si se cuenta parece de película, pero ocurrió. Maru había prestado atención a sus amigas mientras la aconsejaban y había salido a la calle, esta vez con las bragas puestas, pero no en el lugar apropiado sino en la cabeza... De nuevo, el cachondeo y las risas de los niños del barrio. Otra vez nos tocó llevarla a casa mientras por el camino le secábamos las lágrimas.

Crecimos un poco, hasta esa etapa que llamamos adolescencia, y mi hermana y yo ya éramos estudiantes de instituto que bajaban menos a la plaza porque había que estudiar más. Una tarde de un fin de semana cualquiera nos compramos dos paquetes de pipas y nos sentamos en uno de aquellos bancos que nos habían servido de buque de guerra cuando de más pequeñas jugábamos a ser piratas. Maru nos vio y se sentó con las únicas dos personas que eran amables con ella. Le ofrecimos pipas y ella aceptó encantada. Por hablar de algo, sacó el tema de los chicos y luego nos confesó que estaba enamorada. El afortunado fue uno al que conocíamos por su apellido. Pero él no fue el único. A este primer amor no correspondido, le siguieron otros que sí se aprovecharon de ella y se beneficiaron de sus favores sexuales cada vez que les venía en gana, porque Maru nunca decía que no. A estos encuentros erótico-festivos le sucedieron desapariciones voluntarias de Maru, que se iba de casa y lo mismo estaba fuera días o semanas. Sus padres, desconsolados la buscaban por todas partes y siempre la encontraban en manos de algún desaprensivo que se aprovechaba de la sexualidad gratis que Maru repartía gustosa. Para evitar una desgracia, sus padres le dieron permiso a un médico para que la esterilizara; ella siempre creyó que la tenían que operar de piedras en el riñón. Y así, en sus siguientes desapariciones, ellos estuvieron algo más tranquilos.

La familia se mudó y poco más se supo, a menos que Juan, el padre, viniera al barrio de visita y contara que tal le iba a él y a los suyos. No hace mucho, un tío mío se encontró con Juan y le preguntó cómo iba todo. Juan le contestó que estaban destrozados, porque tres meses después de una de las desapariciones de Maru la familia ya no sabía dónde buscarla; nunca había tardado tanto en regresar y se temieron lo peor. Un día Juan se tropezó con un amigo al que también le comentó lo preocupado que estaban él y su familia. Entonces, aquel amigo de Juan, que casualmente trabaja en el depósito de cadáveres, le dijo que hacía poco habían enterrado en una fosa común a una muchacha a la que no le aparecieron familiares y que había sido arrollada por un tren a la altura de la antigua estación de un pueblo cercano; le animó a que fuera y preguntara por los objetos personales, podría sonarle alguno. Juan se lo comentó a su mujer, Maruja, y ambos fueron al cementerio. En una cajita, un reloj que ya no funcionaba, un colgante con el medallón de alguna virgen roto y una foto de familia: la de Maru con sus padres y sus hermanos.

Puede parecer un trágico cuento, aunque ocurrió de verdad y puede que Maru, en algún momento de su vida recobrara algo de cordura y le avergonzara el tipo de vida que había llevado o simplemente se tratara de un accidente. Nadie sabrá nunca que hacía ella en aquellas vías. La niña que ocultaba ese ojito bailarín tras sus gafas y su melena, siempre despeinada, no nos dejó indiferentes ni a la hora de su muerte. Descasa en paz muñequita rota, te lo mereces.





11 comentarios:

Critter Venudo dijo...

Me he quedado de piedra, pues sí esas cosas suceden, uan lástima que algunas personas se aprovechen de otras. Tal vez esta chica haya descandado en paz definitivamente y en cierta medida sus padres también.

Petardy dijo...

Por motivos ajenos a mi voluntad he tenido que suprimir los comentarios de joselop44 y Nadiemeentiende; ya os explicaré el porqué. Me disculpo con antelación, pero gracias a ambos por leer y comentar la entrada.

Paco Guerrero dijo...

la vida es como cuando echas una piedra a un estanque y empiezan asucederse ondas en el agua unas detras de otras,todo lo quehacemos por insignificante que sa tiene su eco en la eternidad.
cada cual con sus acciones.
esa chica no se merecia ese final,ni esa vida,como tampoco a todo aquel que se cruzo en su vida para aprovecharse de su infantil e inocente pensamiento.
arrieros somos y en el camino nos veremos.
un abrazo amiga.

Petardy dijo...

Me gusta esa simbología de la piedra y los surcos en el agua. Otro abrazo enorme para tí, Paco.

Redrum dijo...

A veces aterra lo que se mueve dentro de la cabeza de la gente, como una enfermedad puede no sólo rebajar tu calidad de vida, sino lo imprevisible y anárquico del funcionamiento de la mente.

Eso sí, siempre acaba dando miedo lo que nace de cabezas "sanas".

¡1 saludo!

Viperina dijo...

Dios mío, menuda historia...Pero al menos te queda el saber que tu y tu hermana siempre estuvisteis de su parte, regalándole aquello que todos los demás le negaban, amistad. Me gusta tu blog y tu forma de pensar, me pasaré a menudo.
Besos, amiga.

Gipsy dijo...

Me parece una historia muy triste, y me hace pensar en lo afortunados que somos la mayoría, a pesar de que nuestros problemas nos parecen enormes.

Petardy dijo...

Redrum: sin duda, las cabezas sanas son más aterradoras. Tu aportación es de agradecer y tu presencia es bienvenida en Petardylandia siempre. Saludos.

Viperina: gracias por visitar este pequeño mundo, el tuyo también merece la pena. La amistad no cuesta nada regalarla y todos tenemos derecho , al menos una vez, a sentirnos importantes y queridos. No nos costó trabajo ser su amiga. ¡Bienvenida a Petardylandia!

Gipsy: cada mente es un universo por explorar, que ni siquiera un dueño "centrado" llega a conocer nunca. Besitos.

jose dijo...

Me has dejado sin aliento y con un nudo en la garganta.
Déjame que siga paseando, y que me vuelva el aire.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Ha sido una historia muy triste. Coincido con muchos en que es horrible que haya personas que se burlen y aprovechen de otras. Pero así son las cosas y no cambiarán nunca. Deberías trabajar el relato más e incluirlo en el exitoso libro que publicarás en un futuro próximo (ya verás).

Un beso.

Petardy dijo...

jose: espero que el paseo haya sido de tu agrado y que sobre todo te haya servido para recobrar el aliento.

vibeca: ya sabes que los relatos de mi libro, excepto uno, no están basados en la realidad, y si el otro día conté en Petardylandia la hª de la muñeca rota fue porque soñé con ella y pensé que se lo debía.